El Olimpo recibe a uno de sus ilustres miembros.
En homenaje a Evángelos Odysséas Papathanassíou (1943-2022) llamado simplemente Vangelis.
Ser el autor del himno no oficial de los Juegos Olímpicos hizo que muchos sintieran con esas teclas y esos sonidos macizos que de verdad querías convertirte en un carro de fuego para iluminar con tu fuego triunfante y sublime la noche inquietante del miedo y la duda, y así llenarla con el fulgor que estaba más allá del desespero y la proeza. Ser la mente de unos inquietantes acordes que vaticinan una perturbadora distopía humana pudieron hacer sentir a muchos que ya nada valía la pena si siendo uno quien debía tener emociones no las mostrabas como otras cosas. Aunque en el fondo podía haber ocasión para el consuelo.
Llega a ser el gestor de una composición que originalmente nos quería poner en el cielo o el infierno, pero al final, la misma termina dirigiéndonos a una reflexión profunda, donde nos damos cuenta cuan exíguo es nuestro lugar en un Universo inmenso y ajeno, el cual aún buscamos comprender. Aquí su camino se cruza con el de Carl Sagan, otra mente provebial que, con su inspirador y conmovedor discurso que nos sacó las lágrimas, nos exhorta a ver el cosmos con fascinación y autocomprensión, y no con ánimo de conquista y ambición.
Aún así había ocasión para cantar a los logros humanos, cual heraldo de Prometeo que se fascina al ver cómo otra evidencia de la humanidad es capaz de llegar a otros mundos. Si, sé que hay tantas otras cosas inspiradoras que el resto de sus obras nos pueden mostrar, pero esto era lo que de momento quise resaltar de alguien como él. No hay adios para quienes seguirán siempre aquí inspirándonos de alguna forma.
Vangelis, genio por siempre.