Shakira, tan árabe como colombiana
Su potencia viene desde dentro hacia fuera. Hablan sus ojos cuando mira al público y hace contacto con él, cambia su brillo acompasándose con el tono de sus canciones. Hablan sus manos que llevan el ritmo de sus emociones y evidentemente habla su cuerpo que se mueve igual que un árbol que mece la brisa o la tormenta. No necesita el escenario porque ella sola es una orquesta, porque establece una conexión con el público de la que es difícil escaparse. “Generalmente me entrego mucho en el escenario, lo hago con el alma cuando canto y en la parte del baile también, y a veces termino con algunos dolores de caderas”.
Shakira nació en la ciudad de Barranquilla, en la costa atlántica colombiana. Era un miércoles de febrero de 1977 y la ciudad aún no sabía quien había llegado a sus tierras. Tal vez un huracán con cara de brisa, un regalo que trajo el mar desde el Líbano, un tesoro que había estado escondido bajo las arenas calientes. Ella nació de una mezcla transoceánica y transgenética entre William Mebarak, de origen libanés, con Nidia Ripoll, de ancestros italianos y españoles. Para Shakira, que quiere decir agradecida en lengua árabe, su padre es la imaginación, su madre el polo a tierra y ella, decimos nosotras, es la mezcla perfecta de los dos, ya que maneja su imaginación de una manera muy práctica.