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Combates inesperados y largas esperas, frio, barro y miedo, disparos de Kalashnikov y borsh - sopa - rostros jóvenes que ya no volverán, caminos y pueblos cuyo nombre solo recuerdo cuando los encuentro en viejos mapas.
Nagorno Karabakh, Otsetia, Daguestan, Abkhasia... lugares apenas conocidos salvo por quienes nacieron o murieron en sus montañas. Historias que se quedaron en la memoria que se apaga, rostros que ya no existen, conductores de tanques rusos llegados de Novosibirsk - el viejo Kolia - o mas allá, Tymsk, en Siberia, como Sergei, que nunca se había afeitado y marcaba las coordenadas para que una batería de obuses de 152mm lanzara sus proyectiles sobre la plaza principal de Gori, junto a la última estatua de Stalin, en la ciudad ciudad natal del dictador. Levon, conductor de un camión de mudanzas en Stepanakert, mecánico, bailarin de Kochari, ametrallador de PK, muerto en una emboscada en Merakert. Tarkan, afilador en Khebatli, Daguestan, conductor de BMP en el Regimiento de Fusileros Motorizados nº 693 y ciego por causa de una mina...
De ellos quedan algunos recuerdos lejanos, algunos sonidos, algunas cintas de vídeo.
Una canción popular armenia narra la nostalgia de una novia por su amado desaparecido y muerto por la tierra de la montaña: ruega saber algo de él, suplica por los ojos que lo vieron por última vez. Es el mismo temor al olvido. Son las mismas guerras que nacieron olvidadas, arrinconadas en la historia perdida del Cáucaso.
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